Resulta dificultoso transmitir a un alumno cómo actuar ante esta particular situación de alarma en una clase práctica, con el material necesario y dentro de un escenario apropiado, tal y como hacemos en Nuestros Cursos. Resulta mucho más complicado hacerlo de un modo teórico, en una clase presencial. Así pues, transmitirlo a través de una artículo de libre publicación, que queda al alcance de motoristas de cualquier nivel, de cualquier edad, en cualquier lugar del Planeta, representa una tarea con muchas barreras, y muy elevadas, que, a pesar de todo, vamos a tratar de superar hasta donde nos sea posible.
Dos formas de apreciar la Frenada de Emergencia
Bien. La operación correspondiente a una frenada de emergencia, y la propia experiencia en sí, no resulta tan compleja como podía sugerir este titular a algún lector; sin embargo nos va a venir muy bien desglosarla en dos partes para estudiarla y sobre todo para entenderla algo mejor.
Veremos la frenada de emergencia desde un punto de vista práctico, el meramente operativo sobre la moto y sobre el propio escenario; y a continuación, estudiaremos su proceso psicológico, que, según el motorista y según las circunstancias, es tan importante o más que el primero.
Obviamente, estas dos perspectivas se dan de una forma simultánea y en paralelo en la realidad, pero además de ello, es interesante subrayar que influyen tanto una en la otra como la otra en la una, de una manera determinante y en la misma proporción.
La Frenada de Emergencia desde la Práctica
La podemos ver, analizar y estudiar al completo a través de la lectura de Este Artículo. Pero, después de ello, podemos hacer bastante más.
Efectivamente, una vez que hayamos estudiado este detallado artículo, podremos ir poniendo en práctica sus indicaciones en diferentes circunstancias. Por ejemplo, aprovechando el paso por alguna calle desierta de una urbanización, también cuando entremos en el aparcamiento vacío o semivacío, al aire libre, de un hipermercado, o haciendo uso de cualquier espacio despejado, a ser posible acotado, que tengamos a nuestro alcance.
Será cuestión de afinar un buen tacto para nuestra mano derecha, aplicando una potencia progresiva, con toda la celeridad que necesitamos, pero sin la más mínima brusquedad. Así acortaremos finalmente la distancia necesaria para detener completamente nuestra moto.
Cuanto más depuremos nuestra capacidad de parar, lógicamente, menos presión tendrá que soportar nuestro aspecto sicológico de la frenada de emergencia. Vamos a verlo a continuación.
La Frenada de Emergencia y su lado Psicológico
Aunque, en un principio, tal vez a alguno le resulte difícil de ver, éste es el aspecto más complicado de una frenada al límite. Por ello, de la misma manera que debemos de entrenar nuestra frenada óptima, también tendremos que practicar el control de nuestras emociones ante esa frenada de emergencia que protagoniza este artículo.
Es un hecho claro que la reacción psicológica puede condicionar, e incluso bloquear nuestra capacidad de respuesta y toda nuestra pericia, a la hora de frenar en una situación de emergencia. Por ello se hace vital el control sobre nuestra psicología, en definitiva sobre nuestros nervios, para hacerlos de acero en la medida de lo posible y con ello mantener al máximo la concentración.
¿Qué podemos hacer para controlar nuestra reacción psicológica?
Para empezar y a modo de simple referencia, dividamos jerárquicamente nuestra reacción psicológica en tres grados: inquietud, temor y pánico; viendo que para el caso concreto de la frenada de emergencia, nos meteremos directamente en el grado intermedio, con bastantes probabilidades de entrar en el terreno del pánico.
Bien. Estudiemos ahora tres recursos con los que podremos mejorar nuestro control psicológico en una situación de emergencia.
Primero: entrenar el lado práctico
Ya lo hemos dicho, pero mejor lo volvemos a subrayar e incluso lo ampliamos: Cuanto más practiquemos y más depuremos nuestra frenada óptima, nuestra capacidad de parar la moto, menos situaciones nos resultarán alarmantes y más control tendremos sobre nuestra reacción, en el caso de vivir una de ellas.
Lógicamente, cuanto más precaria sea nuestra capacidad de frenar, más situaciones aparecerán que para nosotros, con ese mínimo nivel, serán frenadas de emergencia. De otro modo, cuanto más depurada sea nuestra técnica, menos frenadas in extremis tendremos que aplicar, porque muchas de las que antes fueron para nosotros frenadas de emergencia pasarán a ser frenadas simplemente.
Segundo: Practicar el control de las emociones
Al igual que el aspecto práctico, podemos también ejercitar nuestro control sobre las emociones. Y para ello, empezaremos por la inquietud que nos crean algunas situaciones, no sólo con la necesidad apremiante de frenar, incluso más allá de la propia conducción, en algunos momentos inquietantes de nuestra vida en general.
Podemos hacer intentos de sujetar la inquietud que brota en nuestro interior, y mantener su control durante los segundos que dure la circunstancia en cuestión. Eso sí, es importante no confundir, en este caso, la inquietud con la preocupación. La primera nos crea un estado de alarma interior ante una situación incierta, que nos lleva a actuar o como mínimo a estar preparados para hacerle frente y remediarla. La preocupación, en cambio, se instala en nosotros, simplemente, creando un malestar que no podrá modificar, ni siquiera influir, sobre la circunstancia que la ha creado. Por ejemplo, la espera para la sentencia de un juicio importante, las notas de un examen trascendental o un diagnóstico médico crucial.
Cada vez que nos llegue uno de esos momentos que generan inquietud, deberemos de hacer un esfuerzo, conteniendo el aire por unos segundos, y apartándolo de nuestra mente. Más adelante, una vez que hayamos sido capaces de dominar algunas de esas inquietudes negativas, podremos pasar a intentarlo con el temor que nos crean otras situaciones, utilizando el mismo método. Y una vez que seamos capaces de controlar el temor en distintos momentos, podremos pasar a practicar con el pánico, en la medida de lo que seamos capaces, que sin duda será cada vez mayor.
Es muy importante subrayar que este artículo no está invitando al lector a la temeridad, buscando situaciones inquietantes, ni mucho menos peligrosas. Tampoco, por otro lado, lleva implícita la sugerencia de ver cine de terror al por mayor, aunque bien es verdad que uno se pregunta si no estaría mal ponerse a prueba alguna vez con una buena película del género.
Tercero: Mantener la concentración
Hemos hablado de los elementos que pueden perturbar, o incluso anular nuestra concentración, y como retenerlos, apartarlos o controlarlos. Bien, a continuación hablaremos de la concentración en sí misma, intentando hacerla ajena a cualquier elemento externo que pudiera alterarla.
El primer elemento, señalando la base que necesita la concentración, es una mínima tensión. Estando relajado, al motorista le resultará imposible concentrarse en una conducción exigente, y qué duda cabe de que el momento de la frenada de emergencia la reclama al máximo. Entonces pensemos, por ejemplo, en la conducción por la ciudad, y nos daremos cuenta de cómo muchas veces nos dejamos caer en el sillón de casa, cansados tras un trayecto urbano intenso, repleto de un tráfico inquieto y cuajado de situaciones imprevisibles. A veces es agotador, ¿no es cierto?
Bien. Ésa es la primera prueba de la tensión que hemos necesitado para conseguir una atenta concentración, con un intenso trabajo mental.
Por otro lado, la tensión debe de mantenerse también dentro de una franja razonable, y no sobrepasarla, porque de ser así podemos bloquear, en parte o totalmente, alguna maniobra de nuestra conducción.
¿Cómo saber cuándo conducimos excesivamente tensos?
Efectivamente, ¿cuándo llevamos una tensión extra y perjudicial sobre la moto? Bien. Pues hay un signo externo muy claro que observamos a menudo entre los alumnos de nuestros cursos: Los Hombros Rígidos.
Podemos apreciarlo nosotros mismos, generalmente, por la posición de nuestra cabeza. Si va erguida o más bien adelantada hacia el frente, difícilmente habrá tensión extra, o tensión superflua, vamos a decir; pero si la descubrimos hundida en el tronco, con toda probabilidad, llevaremos lo hombros rígidos.
La fórmula para relajarla parece totalmente de Perogrullo, de lo simple que resulta. Sencillamente, Respirar. Efectivamente, se trata de dejar escapar, de cuando en cuando, ese aire que la tensión lleva atrapado en nuestro pecho, y a continuación volver a inspirar son calma.
Ejercitar la Concentración
Para este apartado, podemos tomar como nuestra referencia la calma tensa en la que se sumergen los pilotos durante los minutos que aguardan en la parrilla de salida, y que alcanza su cénit en el momento en el que se apagan los semáforos.
Evidentemente, el motorista cotidiano ni conduce ni le hace falta un grado semejante de concentración, pero sí resulta muy interesante que lo practique, porque algún momento puntual, como el de la frenada de emergencia, se lo va a exigir.
Para esa práctica, podemos hacer un esfuerzo en nuestro día a día por sostener una alta concentración durante un minuto, o quizá dos, aunque no la necesitemos. Podemos trabajarla intentando mantenerla imperturbable a pesar de cualquier elemento de distracción que pase por nuestros flancos, a pesar de ese llavero colorista que revolotea sobre la tija, o a pesar del insecto denso y pastoso que impacta en nuestra pantalla, lo mismo que de otros elementos eventuales que puedan rebajar su intensidad.
También podemos practicarla, por supuesto, conduciendo el coche. Por ejemplo, preservándola al margen de ese objeto que se desliza a lo largo del salpicadero mientras pasamos por una curva, o también obviando el balón que rueda con las inercias por el maletero.
Así podemos hacerlo durante un minuto, por marcarnos un tiempo, cada día que conduzcamos.
La Atracción del Abismo
Ya tenemos dos fórmulas complementarias para mantener una intensa concentración durante los segundos que transcurren en una frenada de emergencia. Pero hace falta algo más: La Actitud.
Filósofos y psicólogos lo han tratado a lo largo de la Historia, lo mismo que rapsodas y literatos lo han utilizado como recurso en sus composiciones. La Atracción del Abismo es un curioso fenómeno de tendencia suicida, que se produce como un acto de entrega, como una rendición o digamos como un supino abandono.
Ni que decir tiene que para luchar contra él, el recurso más directo es una actitud férrea, o incluso aguerrida, que lo destierre de nuestro pensamiento, mientras mantiene intacta la concentración.
Si me permite el lector, utilizaré una experiencia propia para describir con mayor precisión tanto el fenómeno en sí como el recurso a utilizar para combatirlo.
La Atracción del Abismo en la Frenada de Emergencia
Circulaba un servidor por una céntrica avenida de Madrid, en una mañana laborable, como cualquiera de tantas que registra un tráfico bien nutrido. Conducía aquel día un scooter de buena potencia y respetable peso, cuando en un momento de la conducción, vio el carril Bus libre (en Madrid se permite a las Motos circular por él), lo mismo que el hueco para tomarlo.
Aceleró a fondo para aprovechar el paso por el semáforo verde que divisaba más adelante, y en el momento en que llevaba el puño completamente enroscado y el scooter empujando con todo su brío, un coche giró de forma brusca e inesperada desde los carriles del centro, no sólo cruzándose en su camino, sino deteniéndose justo en medio de él, delante de la calle con semáforo rojo que pretendía tomar.
Ni que decir tiene que, en ese momento, quien firma este artículo sintió una descarga eléctrica en todas y cada una de sus terminaciones nerviosas, y por un instante, el pánico llevó a cabo el asalto para intentar apoderarse de su concentración. Sin embargo, nuestro motorista logró apartarlo en la décima o centésima siguiente, concentrándose en apretar las dos manetas del scooter, aplicando el tacto más preciso posible. Consiguió reducir en buena medida la velocidad, aunque todavía quedaba bastante inercia viva, mientras que la berlina atravesada de forma oblicua delante de él se hacía grande, enorme, por momentos.
Entonces se produjo el golpe de teatro de esta particular secuencia. Entró en acción el ABS trasero, y apenas un instante después, el delantero. Como bien sabe el lector, la derrapada de ambas ruedas era imposible, pero por el contrario, la distancia de frenada se alargaba unos centímetros cruciales, cuando ya iba ajustada como las medidas de un mueble prefabricado.
En ese momento, fue cuando un servidor lo sintió. Sí, fue como una sensación de abandono, como una voz que decía en su interior: “Déjalo, no luches, no lo vas a conseguir. Es imposible, y vas a chocar de todas las maneras contra el coche”.
¡Qué curioso!, ¿verdad?
Luego, reflexionando sobre aquellos instantes con el paso del tiempo, uno se pregunta si no sería un recurso destinado a preparar el cuerpo para el impacto. Pienso que no, porque la concentración se centró en tantear ambas manetas con pulsaciones de mayor y menor presión, tratando de imitar en lo posible el efecto del ABS sobre ambas ruedas, pero sin llegar a soltar por completo las pinzas de freno, tal y como hace el sistema electrónico.
Por otro lado, sea instintiva o sea conscientemente, quien escribe ladeó la pierna izquierda y tensó toda la musculatura de su cuerpo para amortiguar de forma desesperada el posible golpe.
Finalmente, el scooter se detuvo con el impulso justo para quedar apoyado con el codo y con la rodilla abiertos sobre el coche, con un aparte de lesiones que apenas si se registró una mínima magulladura en el dedo meñique izquierdo.
La clave estuvo en responder desde el interior del motorista con otra voz determinante lanzada a la contra, que dijo: “No. No. ¡De ninguna manera! Sí que se puede. Se puede parar, y voy a parar”. Y así quedó, repitiendo esa última frase como una sentencia, hasta que finalmente el scooter se detuvo sin que sufriera ni el más mínimo impacto.
¿Qué hubiera ocurrido sin ABS?
Pues, en este caso concreto, con idénticos protagonistas y sin la intervención electrónica, hubiera ocurrido exactamente lo mismo, porque contamos con un tacto desarrollado de la frenada tan fino, que es capaz de detectar cuándo el neumático, delantero o trasero, está a punto de deslizar, o empieza a hacerlo. Todo ello fruto del trabajo de entrenamiento, y desde luego de la experiencia, que a la larga tiene el mismo efecto.
Con esto, no estoy negando la seguridad que ofrece el ABS, sería absurdo. De lo que se trata es de contar con él como una salvaguarda, sensibilizando nuestra frenada hasta percibir el límite de presión sobre el freno inmediatamente anterior a que actúe.
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