Lo primero que llamó la atención de MoriwOki fue el tacto de la moto en general, desde el mismo momento en el que soltó el embrague: “¿Cómo es posible que una moto tan dulce tenga un nombre tan explosivo?”. Una pregunta que le rondaría la mente durante, prácticamente, durante todos los días de la prueba.
Si bien es cierto que sentía un recelo previo, antes de subirse a ella, por un elemento llamativo, determinante en esta versión Custom de la Kawasaki Vulcan: La rueda delantera, tan alta, y sobre todo tan estrecha, que en otras motos custom le había transmitido el efecto de triciclo a la hora de girarlas, de hacer el contramanillar, sobre cualquier curva, y también sosteniéndose prolongadamente sobre la trazada de las más largas. Luego lo comprobaría su efecto.
Posición de la Kawasaki Vulcan
Pero lo primero que se detuvo a analizar fue la posición de conducción, que le resultó muy natural, dentro del mundo custom. Una vez que colocas los pies sobre la goma de las estriberas, las manos parecen ir por inercia a posarse sobre los puños del manillar, a la altura que lo elevan sus dos torretas soldadas y hasta los extremos a los que los extiende su envergadura. Lo mismo ocurre con las posaderas, que caen sobre el asiento, justo desde el final de la columna -la rabadilla- y sobre las últimas vértebras lumbares. Es decir, una postura que justifica el propio nombre de esta versión Custom de la Vulcan 900.
El Motor de la Vulcan
Pulsó el botón de arranque, y sintió el motor prácticamente como un siseo al ralentí, que se convertiría en un dulce rumor con el inicio de la marcha, mientras que su empuje se manifestaba en sincronía con la dulzura de su sonido. Un motor que se sentía lleno y sin flaquezas, desde luego, pero que ofrecía un tacto tan preciso y regulable impropio del mundo custom. Un motor robusto y fiable, que remataba su sensación de suavidad transmitiendo su tracción a través de una correa dentada, con su característica elasticidad. Le comentaron los miembros del foro Vulcan, con quien Moriwoki compartió la ruta en una mañana dominical, que su duración se antoja eterna, y que llegan fácilmente a alcanzar los cien mil kms con ella. También tuvo ocasión, durante los días de trabajo con esta Kawa del Lado Oscuro, de sentir el verdadero placer de deleitarse conduciéndola en plena noche, atravesando con sigilo la madrugada urbana. Fue como caminar sobre la espalda de un coloso dormido, sin el más mínimo temor de despertarlo. Sin embargo, si hubiese abierto todo el gas, sin preámbulos ni contemplaciones, hubiera surgido bajo el depósito un rugido gutural, que parecería emerger desde el mismo centro de La Tierra, acuñando así el nombre de esta criatura, y de toda la saga custom de Kawasaki.
Como frena la Ducati Custom Vulcan
En cuanto a la frenada, a Moriwoki le resultaba suficiente con aplicar dos dedos sobre la gruesa maneta para conseguir la retención necesaria en la mayoría de las situaciones, y echando la mano entera en un caso realmente exigente, para el que el tacto resultaría tan lleno y progresivo, sin que en ningún modo el circuito de frenos se sintiera como una esponja que absorbe nuestra presión sobre esa maneta, y todas estas sensaciones de firmeza, a pesar de apoyarse sobre la estrechez del neumático delantero.
Respecto al pedal, aparte de mantener la moto lo más horizontal posible en plena retención, ofrecía una eficacia nada despreciable para sujetar la moto en maniobras de garaje o en la parada pausada sobre la línea del semáforo, todo gracias a la longitud del conjunto, que le da su protagonismo, y al peso que se apoya sobre la generosidad del neumático trasero con la pinza mordiendo sobre un diámetro nada despreciable del disco.
Las suspensiones de la moto.
Moriwoki observó que la horquilla muestra su robustez en las frenadas, a pesar de ir tan tirada hacia delante, al modo custom, y que no se descomponía aunque la apurase hasta el mismo grito del neumático. En cuanto a la trasera, mantenía la moto sobre la trayectoria en las curvas más rápidas, incluso pasando sobre ondulaciones suaves, de sube y baja, comportándose con solidez, para brindar una comodidad impecable sobre la autopista, que sin duda hará mucho más llevaderas las largas travesías. En las carreteras de último orden, con baches y badenes, su capacidad se veía limitada por el propio diseño, que el escaso recorrido permitido por el diagrama del bastidor unido al basculante, para imitar ese chasis rígido y ancestral, tan valorado entre los más recalcitrantes apasionados del mundo custom, este aspecto me recuerda un poco a la harley softail breakout
Comportamiento dinámico
A Moriwoki le llamó la atención el detalle de que la distancia libre al suelo resultaba considerable, casi llamativa, dentro de lo poco que da de sí, en este aspecto, el mundo custom, por lo general.
Y por fin, en cuanto tuvo ocasión, pasó la Vulcan Custom por el rasero de su curva de pruebas favorita, su Ballagaro particular, a imagen y semejanza del mismo trance en la legendaria Isla de Man. Allí no sintió ni rastro del supuesto “triciclo” que pudiera formar la altura y estrechez de la goma delantera en conjunción con el balón trasero sobre el que se apoya esta Kawa. Ni una sola muestra de cojera, o de vértigo en el lateral de la moto, ni al girarla para entrar en el viraje, ni en el paso eterno y prolongado de esa curva, réplica de Ballagaro, con su radical cambio de rasante incluido. Es más, aquel paso supuso la conclusión definitiva para convencerse de que el apoyo en las curvas rápidas de esta custom es sencillamente excelente, haciendo todavía más firme la clara trayectoria que ya marca de por sí la longitud de todo el conjunto.
El Placer de abandonarse
Una vez dejado al margen el laboratorio de Ballagaro y sus pruebas extremas, MoriwOki salió de paseo con un nutrido grupo madrileño del Club Vulcan. Todos en perfecta formación, con un escrupuloso respeto por las normas y sobre todo con una mimosa preocupación porque cada miembro de la comitiva pudiera despreocuparse de las posibles eventualidades que apareciesen en la ruta, para abandonarse al disfrute de la conducción, combinándolo con la pausada contemplación del paisaje y con la fuerte sensación que te alcanza tras el manillar de una moto cuando la naturaleza te envuelve con sus luces, sus sombras, sus contrastes y su colorido, y cuando te traspasa con las fragancias que flotan en su ambiente. El ritmo, la dulzura y la tranquilidad invitan también a discurrir sobre nuestros asuntos cotidianos, a tomar decisiones de trascendencia, incluso, pero sobre todo a la introspección, mirando el esplendor de los campos al final del invierno, en contraste con los árboles caducos, calcinados por el frío. Pero esa paz, ese sosiego, puede hacerlos añicos en cualquier momento un perfecto criminal.
Un momento despavorido
Varios días después de devolver la Kawasaki VN 900 Custom, Moriwoki fue abordado en su bar favorito por Javier, su amigo roquero, a la sazón, batería de un grupo integrado la corriente del Hard rock.
- -¿Ya no tienes la custom del otro día?
- -¿La Vulcan? No, la entregué el lunes.
- -Me gustaba su estética. Era bonita.
- -¿Bonita? Hay alguna gente que la critica.
- -¡Qué va! Es muy bonita.
- -Pero era muy negra, ¿no? Y esa línea verde, tan resaltada…
- -No, no, precisamente me gustaba así. Era discreta, y le daba un punto elegante, una continuidad a toda la línea de la moto.
- -Oye, Mori -abordó la conversación un conocido del barrio, que se apuntó espontáneamente- pero esas motos no corren mucho, ¿no?.
- -No, claro que no. No corren mucho.
Moriwoki se quedó meditabundo, y evocó en silencio, para sí, un comentario: “No corre mucho, no. Si éste supiera”. Y recordó la pavorosa situación que vivió, precisamente el último día que tuvo la Vulcan Classic, minutos antes de entregarla.
Circulaba Moriwoki por un apacible bulevar, suburbial y prácticamente desierto a media mañana, cuando encontró un coche pequeño transitando lento y de una forma irregular por el carril izquierdo. Por un momento, aquel Fiat blanco parecía ir a la deriva, derrotando hacia la derecha, para corregir violentamente al momento siguiente, con un volantazo, que provocaba un ligero vaivén.
Aquella incertidumbre creaba la lógica inquietud en el motorista, ante la que Moriwoki optó por pasar rápido, con decisión, pero no sin advertir repetidamente con la bocina de la Vulcan a aquel conductor distraído, negligente. Aún le dio tiempo, justo al rebasar la altura de su ventanilla, de echar un vistazo al aspecto de aquel sujeto. Tez muy morena, y el rostro cetrino, tal y como Moriwoki había intuido, apuntando directamente a un supuesto teléfono que sostendría en la mano, y prescindiendo de lo que iba llegando a través de su parabrisas, mucho más del espejo retrovisor y de lo que pudiera alcanzarle por la retaguardia.
El bulevar desembocaba en una gran rotonda, elevada sobre la vía de circunvalación, y unos metros antes de alcanzarla, Moriwoki escuchó detrás de sí a aquel tipo negligente haciendo sonar con impertinencia el claxon de su Fiat; algo que molestó al motorista, que respondió con un gesto despectivo de su brazo.
Al desembocar en la glorieta, una ambulancia apresurada no le dejó más remedio que detener la Vulcan para no entorpecer su paso. Moriwoki miró al instante por ambos retrovisores para tener bien controlada la situación del Fiat blanco; sin embargo no lo vio. Y de inmediato se lo esperó alcanzándole por la derecha con las peores intenciones. Así fue, y en el momento de soltar el embrague de la Vulcan para arrancar con decisión, se vio rebasado por el coche, con su inercia, para cerrarle el paso a continuación de forma radical. Aquel sujeto clavó los frenos, literalmente, delante de la rueda frontal de la custom, con la clara intención de derribarla. No lo consiguió gracias a la anticipación de Moriwoki, que lo evitó con margen suficiente para permitirle ver dentro del coche, a través del la luna trasera, un perro de presa, con una boca oblicua tan amplia como su propio pecho de culturista canino. Al levantar la mirada, enfrentó su atención directamente con el sujeto de marcados rasgos cíngaros que se apeaba con un movimiento violento del coche, y lo más inquietante, portando en una mano un objeto demasiado ancho como para ser una navaja o una porra extensible, y dejando sobre su mano abierta una sombra recortada con la silueta de lo que creyó un fusco.
Con la imagen del perro Moriwoki ya tuvo suficiente para tomar la decisión de salir por pies de inmediato, guardando la efervescencia de su testosterona para mejor ocasión. En cuanto aquel individuo le descubrió maniobrando para fugarse, dio media vuelta para tirarse, literalmente, al interior del coche. Moriwoki sintió el terror recorriéndole el cuerpo, apenas dos segundos después, cuando al soltar el embrague de la Vulcan escuchó las ruedas del Fiat blanco rodando en el vacío sobre un asfalto que parecía escarbar. El motorista tomó despavorido el arco que describía la rotonda, con todo el cuerpo fuera de la moto para evitar el roce con el suelo, hasta encarar la salida a la gran circunvalación. Maldijo su mala fortuna por haberle tocado vivir una situación tan extrema conduciendo una custom, precisamente de las más pequeñas, con tantas y tantas deportivas, o tantas naked potentísimas, como estaba habituado a probar.
Sabía que aquel tipo iría a tirarle, a empujarlo directamente contra el raíl de la autovía, para dejarlo allí reventado, asesinado, sin pena ni gloria y con el paso ignorante de la marabunta urbana. Moriwoki buscó con desespero el abrigo de otros coches, de los grupos más nutridos y más densos, para zafarse de aquel Fiat blanco que divisaba a través de los espejos. Moriwoki apuró todas las marchas y entró como una exhalación por el arcén de la autovía. Buscó el núcleo de una manada de coches y se metió de cabeza en el seno de ella a una velocidad que jamás podría confesar. Ya no quería mirar por los espejos, tan tólo concentraba su máxima atención en el vertiginoso serpenteo que iba marcando entre los coches, hasta alcanzar a otra moto. Una RR que no iba nada despacio y que terminó por apartarse con un gesto de hastío de su motorista, ante la insistencia de Moriwoki en su rebufo. La nube de coches se despejó y la Vulcan Custom alcanzó una velocidad tan insospechada para terminar de ponerle a salvo, cuando alcanzó por fin una zona urbana y pudo contempla a través de los espejos su retaguardia impoluta, limpia de cualquier mancha blanca.
Y así fue cómo en la línea del semáforo llegó por fin el profundo suspiro del alivio.