Ellos con la camiseta, de manga corta o de tirantes, y ellas con esa prenda exigua de gasa, que deja los hombros y media espalda al descubierto; ellos con el pantalón corto, ya sea de vestir con bolsillos o abierto por los laterales, del gimnasio, y ellas con la falda recortada por el verano o el short de tejido vaporoso; ellos con las chanclas de piscina y ellas con las sandalias de tiritas; y tanto ellas como ellos tocando el conjunto con un casco abierto, al estilo huevo y justo en el límite de la homologación.
De los guantes por supuesto ni hablamos, a menos que mencionemos el frío del invierno. Por si esto fuera poco riesgo, ellos y ellas con la pericia de un bebé sobre una moto-pasillo y con la experiencia en dos ruedas de un recluta con armamento de alta precisión.
Por la autovía de circunvalación
Bien. Una cosa es conducir de esta guisa en un breve desplazamiento por las calles poco transitadas de una barriada, de un pueblo o de una urbanización y otra bien diferente, como bien sabe el lector, es lanzarse con un scooter, o una moto, de 10 o 12 CV a la circunvalación más vertiginosa de la urbe, con el tráfico de cuatro ruedas rebasándoles a 120, o más, como las aguas de una riada. Mientras, ellas y ellos transitan felizmente, con una pasmosa tranquilidad cementada en la convicción de que, sencillamente, conducen por su carril… ¡Señor! Te desesperas al verlos con menos conciencia de su realidad sobre dos ruedas que la del cornudo más confiado, con tanto riesgo como el de un simio con una sierra radial.
125 Sin carné
La situación que creó la normativa que permite conducir motos sin carné específico para ellas da de sí para otro artículo, u otros más, qué duda cabe; pero se trata de un tema diferente, y aunque esté intrínsecamente relacionado con el de ahora, tiene otra conversión. El caso que nos ocupa hoy eleva sobremanera la gravedad de cada accidente, extremando de forma absurda sus consecuencias. No hace falta ni siquiera mencionarlo al lector.
Esa gravedad sin sentido capta en primera instancia la atención de los ciudadanos que pasan por el lugar del suceso, y de los medios de comunicación, cuando el siniestro provoca un llamativo despliegue de recursos: policía, emergencias médicas y asistencia vial. Esa gravedad, de todo punto evitable, aumenta en sobremanera las cifras de heridos y de víctimas que maneja periódicamente el Gobierno, y lleva a crecer el celo de la DGT sobre la vigilancia del motorista, determinando, además, posicionamientos que después suben la cuantía y la variedad de las sanciones a aplicar sobre el mismo. También como consecuencia de esa gravedad por pura inconsciencia, se elevan las primas de los seguros para las dos ruedas; por no hablar del posible gravamen de los impuestos que recaen sobre el mundo de la moto, dada la subida de los gastos públicos que representa esa absurda gravedad en las consecuencias de muchas, de muchas caídas.
Nuestra conclusión
Mientras observemos uno de cada diez o más usuarios de las dos ruedas con chaqueta guantes y casco integral, y seamos nosotros mismos uno de ellos, no podemos pensar sobre todos los demás que allá ellos con su seguridad: yo voy protegido. No podemos pensar así porque de una manera u otra, antes o después, nos va a salpicar a todos; aunque vayas a comprar el pan vestido de Valentino Rossi.