La verdad es que se pasa por vivencias en las que este trabajo entra de lleno en el terreno de la exclusividad, cuando no roza el puro privilegio. Tal es el caso de este particular test, desarrollado, además, en un escenario histórico, envuelto, por si ello fuera poco, con el ambiente más rancio del sabor cafetero.
Probar una creación neoclásica, única y radical, a lo largo de un trazado tan bello y divertido como el del Jarama, en un día en el que se celebra allí el Racer Explosion, sí, se puede decir con todo el tino que representa un verdadero privilegio, y vamos a contarlo a nuestros lectores de la forma más viva y literaria de la que somos capaces.
Y allá va nuestro relato:
La mañana amaneció abrasadora, perfilando una jornada asfixiante, particularmente a las dos del mediodía, hora en la que nos tocaría salir a la pista. Y es que el Jarama dibuja su trazado sobre una auténtica hoya de la que los aficionados más veteranos recordarán cómo cogíamos cada año un prematuro moreno en mayo, con motivo del Gran Premio de España correspondiente.
Acoplarse bajo el fuego
Así, la espera del semáforo verde sobre el pit lane y bajo un sol de justicia se hace particularmente asfixiante; pendiente, además, de no quemarme la parte baja del muslo derecho con el colector que cierra el dos en uno del escape. Por fin, semáforo verde ante el que prefiero no darme mucha prisa para salir, dejando que se despeje un poco el breve tramo de recta que se abre delante, y que me sirve para comprobar cómo los suplementos de espuma que me he colocado sobre el cráneo, dentro del casco, elevan lo suficiente su ventana para poder ver bien el frente sin estrujarme las cervicales, al llevar las manos cogidas tan abajo, casi buscando el eje delantero.
No tan tortuosa
De todos modos, a medida que cojo velocidad, las piernas replegadas y el trasero encastrado entre el colín y el depósito se van sintiendo con una sorprendente naturalidad: más aun la posición de los brazos y del tronco cuando alcanzo la entrada al viraje de Varzi, fugaz como un fotograma, donde al apuntar la moto hacia el ápice como si fuera un caza, toman toda su razón de ser. Y es que esta XTR Pata Negra no es para pasear, ni siquiera para dejarse llevar fluyendo por una pista como la del Jarama, sino que es una moto para ir a tope, sea mayor o sea menor tu ritmo, pero todo lo rápido que dé de sí. El ser o no ser de esta moto es enchufar a saco y acoplarte como un francotirador detrás de su cúpula para ir fijando tu objetivo sobre el ápice del próximo viraje.
De peralte en peralte
Al llegar a las eses de Le Mans, esta Pata Negra me exige por mera naturalidad que la deje correr. Y es en ese momento cuando vivo una apasionante simbiosis que parece de otro tiempo:
El amplio peralte que se levanta a medida que te aproximas, y que proyecta sobre ti la imagen de un muro, acoge esta Ducati radical con la espontaneidad de una madre que la hubiera amamantado en otro tiempo. Pata Negra se desliza por el desnivel del peralte con una naturalidad que prevé el vértigo vivido en el momento anterior, al soltar los frenos, y deja un paso por curva fulgurante que sugiere más el de una Moto3, que el de una mil. En este paso inclinado tan veloz, transmite tal confianza que no cuesta nada dar aun un golpe de gas antes de resolver con una agilidad felina el cambio de dirección que llega a continuación, y que con otras muchas motos de la misma cilindrada, se nos hubiera echado encima para complicarnos la tarea con un cúmulo precipitado de trabajo.
Una banda sonora de GP
Por tanto, el cambio de dirección resulta una auténtica delicia con esta moto, entregándonos con una pasmosa naturalidad sobre el paso por el siguiente peralte, que sirve de lanzadera para uno de los trances más apasionantes del Jarama con la radicalidad de esta Ducati. Abro gas todavía sobre ese segundo peralte, pero ya en la salida de la curva, y el bramido del Desmo rematado por el dos en uno retumba a lo largo de toda la tribuna del Super 7 como un sonido de leyenda, un sonido bronco y de recio carisma que lleva adosado inevitablemente las notas de la victoria en su partitura.
Galopar al trote
El empuje del bicilíndrico, que es ni más ni menos que el de una Monster 1.000 de 2.001, te llega con la sensación de ese trote rápido con el que siempre parecen avanzar los grandes bicilíndricos deportivos y que, en realidad, cuando quieres darte cuenta, corre, corre mucho, pero mucho, y acelera de verdad. Así encaramos la curva a izquierdas con la que arranca la Rampa Pegaso, completamente tirados y con los dos pistones de Bolonia empujando como una locomotora exprés.
Dibujo lineal
De esa forma llegamos a la ciega, donde de Pata Negra dibuja con tiralíneas una trayectoria sobre la que pasa cogida como el carro de una montaña rusa. Pan comido sobre esta Ducati Radical para un paquete como quien firma este reportaje, cuando con otra moto surgirían dudas comprometidas que aflojarían su muñeca derecha.
Todo confianza
Pasamos directamente a las eses de Bugati, con el vértigo de su bajada conjurado por el soberbio aplomo que muestra en este delicado paso la creación de Pepo Rossel. Ciertamente, esta bajada, que es la que tal vez represente el trance más comprometido del Jarama, y en el que de hecho han sucedido los accidentes más graves a lo largo de su historia, queda convertido en un paso tan excitante como divertido, cogido a los semimanillares de esta Pata Negra.
Más que frenar, dejarla correr
Sí, es una soberbia sensación la que te atraviesa el cuerpo mientras vas tumbado y agazapado tras la cúpula, y un latigazo de pura electricidad el que se descarga sobre la espalda cuando te lanzas a tumba abierta, justo antes de embocar la gran frenada del ángulo, otro punto en el que esta Ducati radical vuelve a mostrar sus virtudes; aunque no sin que antes hagamos una mínima inversión de valor y le cedamos un buen grado de confianza.
Así es, porque la concepción geométrica de esta moto necesita imperiosamente algo tan ancestral en las carreras como dejarla correr. Debes de tragar saliva y aguantar uno o dos puntos más que con cualquier otra, soltando la maneta del freno muy pronto, cuando aún no has entrado en el viraje, a pesar de que se te eche encima la sensación de que vas a ir a parar irremediablemente a la grava. Es entonces cuando esta exclusiva Ducati gira y gira con una increíble facilidad para ofrecerte ese paso por curva que esperas con una bicilíndrica de siempre, de cuando jugaban esta baza frente a la potencia de las tetra japonesas en los 70 y los 80.
Pasa antes de pasarte
Con la inercia de ese paso por curva a toda velocidad, Pata Negra toma la rampa ascendente hacia Monza y a continuación el final de la vuelta al Jarama; teniendo presente que no debemos embelesarnos con el gas, que no debemos quedarnos embobados escuchando a esta criatura mientras el cuentarrevoluciones sube hasta unos regímenes que son corrientes hoy día, pero que sacan de rango la entrega de esta bicilíndrica. Conviene cambiar pronto y pasar a la marcha siguiente justo más pronto que tarde para aprovechar toda la efectividad del músculo que ofrece esta Pata Negra en la banda baja y media de su motor.
La efectividad de una belleza arrebatada
Esta creación de Pepo Rossel es, entre otras cosas, otra muestra práctica de la mera efectividad sobre una pista de carreras. Con una caballería discreta pero bien medida a base de unos caballos cargados de músculo, con un paso por curva diabólico, con una frenada que te mete hasta la cocina de curva y, por otro lado, sin rastro alguno de otra electrónica que no sea la que dibuja el mapa de potencia, Pata Negra recorre la pista a un ritmo difícil de imaginar hoy día en un bicilíndrico de dos válvulas y refrigerado por aire.
No tomamos el crono en esta prueba porque nuestra tarea no trataba sobre él, pero estamos seguros de que, con un auténtico piloto a los mandos, los registros de esta creación neoclásica hubieran puesto la cara colorada a más de aficionado a las tandas libres, incluso de los más avezados, sobre su deportiva de rabiosa actualidad.
*Con nuestro agradecimiento a Fotos Negami