Una breve historia acaecida cuatro décadas atrás, trasladada a nuestros días en forma de mensaje para los más jóvenes, para los que empiezan a sentir la moto en su versión más efervescente.
Yo tenía 19 años hace 37
Sí, yo tenía entonces 19 años y tenía también en aquella época mi maravillosa Ossa Copa 250, con la que llegué a participar en una de las últimas carreras de la Copa Ossa-Motoclismo.
Una de aquellas mañanas, una de tantas, sufrí un aterrizaje indeseado. No recuerdo en qué curva, en qué esquina o en qué calle. ¡Vaya usted a saber, porque me pasaba el día por los suelos! Era entonces lo que siempre hemos llamado «Un auténtico Balleta».
El caso es que aquella caída no tuvo demasiadas consecuencias para la moto, nada especial que yo recuerde, salvo el cristal del espejo (entonces sólo era obligatorio montar uno), que se hizo añicos. No tenían el recambio, no llegaba el vidrio después de algunos días de espera y no aguantando mi viva impaciencia de entonces, tuve una ocurrencia genial, empujado por mi permanente obsesión por ir rápido como nadie, para cubrir aquel vacío horroroso del metal sobre el puño izquierdo de mi Ossa.
Pues sí, mirando las páginas deportivas de una revista especializada, no se me ocurrió otra cosa que recortar una magnífica instantánea de Marciano Roberts captado en una impresionante tumbada con su OW-31 (Yamaha 750 de 2T) y colocarla dentro de la cazoleta metálica del espejo para dejarla prendida después con la orla de plástico que sujetaría el cristal. ¡Qué ocurrencia! Quedaba imponente allí plantada sobre el manillar. Llevaba detrás de mí, siguiéndome los talones, nada menos que al piloto referencia del momento.
Unos días más tarde volvía desde Sitges a Barcelona, después de haber ido sólo por el puro placer de hacer la carretera de las costas del Garraf con su retorcido trazado recortando la verticalidad de los acantilados. A un lado, la roca se echaba encima como un pétreo matón de discoteca, y al otro, el vértigo de aquel vacío era en sí mismo una intimidación con el Mare Nostrum rompiendo en un fondo, que al paso por algunas curvas se antojaba como un abismo insondable.
Después de unas primeras eses enlazadas que servían a modo de calentamiento, entré en una redonda que me apasionaba, descolgándome completamente al estilo de Tepi Lansivuori, para salir abriendo gas a fondo (30 CV con tubarro y carburador de 36 mm)…
Y allí estaba, plantado en actitud castrense junto a su Sanglas de un cilindro. Los brazos en jarras, las piernas ligeramente abiertas y las gafas de sol con el diseño de Harry el Sucio. Su brazo se desplegó como un resorte con la palma extendida; aunque, eso sí: no se atrevió a pisar la calzada.
Paré.
-Buenos días -dijo moviendo el bigote y recomponiendo la benemérita compostura con un carraspeo. Me miró después y nos dio un primer repaso a la moto y a mi, para añadir con tono administrativo:
-¿Sabe usted que esa curva tiene un límite de 40 y que ha pasado mucho más de prisa?
-Sí señor -le respondí con franqueza y añadí tras un segundo de pausa-. Pero si yo condujese un trailer, probablemente hubiera hecho la curva más despacio, a menos de 40.
-Ya. Pero los límites están para todos, para las motos también.
Nos rodeó lentamente, a la Ossa 250 y a mí, para examinarnos con más detenimiento, centímetro a centímetro. Cuando salió de mi espalda para terminar la vuelta por el lado izquierdo, pude ver de reojo cómo se detenía con un sobresalto. Acercó su rostro incrédulo hacia el espejo y quedó inmóvil delante de él durante algunos segundos que me parecieron la noche entera del reo que ejecutarán al amanecer.
-Va usted rápido, ¿verdad? -preguntó con sorna gallega.
Y yo, con mi natural ingenuidad de esos años tan juveniles, aumentada en aquella época de La Transición de este país, no se me ocurrió otra cosa que responderle:
-¡Hombre! Pues se hace lo que se puede.

El Guardia Civil se echó atrás, cruzó los brazos y se quedó contemplándome mientras yo mantenía la cabeza gacha, con la mirada inmóvil encima del trébol grabado sobre el tapón de la gasolina. Volvió a carraspear y me apeó del tratamiento.
-MIra, chaval -dijo lamentándose- que todos los domingos recogemos dos o tres como tú hechos migas contra las rocas; que cada fin de semana sois unos cuantos los que no me dejáis dormir por las noches. ¡Qué es una pena! ¡Pero cuándo os daréis cuenta de una vez!
¡Mírame! -ordenó.
Levanté la vista y de forma taciturna giré la cabeza hacia el agente.
-Eres muy joven. Todos los que os quedáis aquí, en esta carretera, sois muy jóvenes. Hazme el favor -tomó cierto tono de súplica-: Ve con más cuidado, que la moto es muy peligrosa, te lo digo yo, y la carretera no es un circuito.
Bajó la mirada y añadió:
-Vete, vete antes de que me arrepienta. Pero acuérdate bien de lo que te digo: ¡Ten cuidado, ten mucho cuidado, por favor!
No tardé ni tres segundos en dar un par de patadas a la palanca de arranque y salir pitando.
Al recordar ahora esa historia, uno cae en la cuenta de que lo que probablemente no sabría aquella persona es que entonces, en nuestro país, no había circuitos -o eran prácticamente inaccesibles- para dar rienda suelta a nuestra pasión y que incluso un campeón del mundo probaba en esos años su moto por las calles de un polígono industrial -ahí está la desgracia de Tormo-. Pero lo cierto es que las palabras de aquel Guardia Civil y sobre todo su actitud ante una circunstancia tan surrealista como la que yo le había planteado, han quedado grabadas a lo largo de los años en mi cabeza, y no voy a decir que frenaran mi locura de entonces -eso era casi imposible-, pero sí es cierto que en algún momento clave se encendieron dentro de mi cabeza de sonajero como una roja bombilla de alerta.
Fue algún amigo el cayó en aquella época, fueron varios conocidos los que se marcharon para siempre y fue, también, más de uno el vi con mis propios ojos agonizar en la carretera. Ahora, hoy día, hacer el quemado por la ruta es, sin más ni más, una supina estupidez, disponiendo de una surtida lista de circuitos, con cursos y tandas libres durante prácticamente todo el año, en los que dar rienda suelta a esta fantástica pasión por la velocidad en equilibrio dinámico que muchos sentimos, y que se mantiene, no sólo viva, sino intacta, con el paso de las décadas.
Si conocéis a alguien muy joven que vive la moto como un quemado por la carretera, hacedle llegar este pequeño relato que, como el guardia civil de entonces, no conseguirá convencerle ni retenerle, me consta, pero tal vez, al menos, logre hacer encender un bombilla antes de algún momento decisivo.
Gracias.
Un articulazo, me ha encantado Tomás. Lo comparto con tu permiso 😀
Muchísimas gracias.
Por supuesto, encantado de que lo compartas.
Un saludo.
Hace algunos años me pasó lo mismo. Y si que es verdad que en ese momento te vas contento por haberte librado de la sanción económica, pero de manera indirecta (siempre y cuando tengas algo de raciocinio) se te queda grabado y como bien dices, no te retiene, si te pone en alerta.
Me parecen muy buenos estos artículos y esperemos que le lleguen a más de uno. Un saludo.
Muchas gracias por tu comentario. Un saludo.
Estupendo relato, y aunque no escarmentamos en cabeza ajena, como bien apuntas Tomás, puede hacer que se nos encienda la luz en el momento adecuado. Al menos a mí me ocurrió algo parecido hace unos años en un cruce con Stop: gracias a la bronca de aquel guardia, no me dejé la vida (o al menos algunos huesos) en aquel cruce meses después.
Gracias por compartirlo y sigue así. V’s.
Muchas gracias por tus palabras, Usuko, y por tu aportación.
Un saludo.
Gran articulo, enhorabuena por el y lo tendré presente para hacérselo llegar al próximo «quemado» que se cruce conmigo.
Sí, recomiéndale su lectura.
Gracias.
La carretera no es el lugar para acercarnos a nuestros límites, la mayoría de las veces más cercanos que los de la propia moto. El más estado del asfalto, la circulación de coches, camiones, furgonetas…., la señalización poco lógica,……Está claro que las motos deportivas son para circuito, no para vías públicas. Con una turismo o sport-turismo tenemos más que suficiente. Pero estas reflexiones son fruto de la experiencia y los años, porque todos en la juventud hemos hecho locuras (que algunos han pagado caro). Un placer encontrar sitios como este, donde leer y aprender resulta entretenido. Muchas gracias.
Muchas gracias a ti por tu comentario, Pedro.