Ésta sin duda ha resultado la primera parte verdaderamente complicada de esta modesta aventura. Y lo ha sido en tres dimensiones. A saber:
En la didáctica, en la escénica y en la social, por llamar a ésta última de algún modo. Me explicaré mejor punto por punto.
La Didáctica del entrenamiento
Esta parte ha quedado bastante oscura, y ha sido en la que he tenido que progresar de una forma más tortuosa. En primer término, estaba la posibilidad de hacer un curso de enduro y de recibir con él toda la didáctica que luego ensayaría en cada entrenamiento, sin embargo se esfumó la única posibilidad que tenía de recibirlo por una incompatibilidad que no viene al caso.
Quedando al margen esa primera posibilidad, por otra parte, la más lógica y natural, me vi obligado a buscar otras vías para formarse. Suerte que para ello, hoy día contamos con videos y otras publicaciones en la red. De esa manera, podría ponerme al día sobre las últimas técnicas del enduro, ya que cuando dejé de practicarlo en serio, casi casi, aún se practicaba el estilo checo.
Así pues, por un lado, confirmé que me hallaba en el buen camino, recordando lo que aprendí de base casi treinta años atrás, y por otro, tratando de poner en práctica las indicaciones mostradas en los vídeos, todas ellas, en apariencia y en principio, asequibles, excepto una: El caballito para abordar de frente un obstáculo y sortearlo con limpieza. Al menos, de momento. Esa figura equilibrista representa aún hoy una barrera, o mejor dicho, un escalón situado en la parte alta de una escalera con muchos peldaños para un servidor.
El Escenario del Entrenamiento
Es sin duda el aspecto más complicado del entrenamiento, dado el país en el que vivimos, y particularmente en la Comunidad de Madrid. De sobra sabe el lector que la moto de campo vive en España, en las últimas décadas, una exhaustiva criminalización, que afecta tanto al modesto aficionado como a la élite deportiva. De todos son conocidas las sanciones impuestas en Cataluña a los mejores pilotos del Dakar, que luego la Generalitat se encargaría de paralizar en su proceso administrativo, incluso un ultra campeón como Toni Bou no ha quedado inmune, como una especie de aforado súper galardonado.
Así pues, ni siquiera se me pasaba por la cabeza entrenar en cualquier terreno público madrileño, fuera de un camino abierto a la circulación. Pero la cuestión es que tenía la moto en el garaje de casa sin estrenar desde hacía ya más de dos semanas.
Así es que pensé en un principio tomar el remolque y desplazarme a algunas fincas de las que había escuchado hablar vagamente, apuntándolas con la posibilidad de permitirme transitar por ellas, pagando una especie de entrada para entrenar incluso por recorridos ya trazados. Debían estar en provincias como Ávila, Segovia o Guadalajara; sin embargo, después de unas primeras indagaciones, esa solución para el escenario del entrenamiento se esfumó. Sencillamente, no fui capaz de encontrar nada de ello.
Bien. En ese caso, quedaba la posibilidad de los circuitos de motocross. Lo pensé, lo valoré, pero realmente no quería hacer motocross; el motocross me aportaría parte de la técnica, pero me dejaría otra más amplia sin tocar. Además, no me veía en un circuito de motorcross entrenando un largo tiempo de continuo, siendo un paquete y además, no hay que olvidarlo, con la moto nueva en pleno rodaje. Debería conformarme, como máximo, con rodar en los escasos terrenos vallados que rodean el circuito, o hacerlo en el trazado infantil. Escaso espacio en cualquiera de los casos.
Entonces no me quedó más remedio que optar por los terrenos abiertos, para lo que consulté a un buen amigo que hace sus salidas de enduro en otra provincia cercana y que es buen conocedor de la misma. Me pasó por mensaje un buen recorrido para seguir al detalle a través de una aplicación para el móvil. La opción era excelente, y sin duda la tomaré más adelante, sin embargo resultaba muy complicada para empezar y para aventurarse además en solitario.
Llegado a ese punto, confieso que me sentí apesadumbrado, y en buena parte de la ilusión que tenía por este proyecto se apagó por momentos. Está claro que practica el enduro de forma más o menos regular resulta muy, muy complicado.
Entonces decidí montar a la KTM uno de los enormes espejos que trae de serie, y salí desde mi propia casa a recorrer los caminos que rodean el chalé de otro buen amigo. Me equipé al completo, crucé las calles de mi barrio y salí a la autovía. Tomé la circunvalación vigilando bien a los coches, y sin pasar de los 80 por hora, de ninguna manera, continué por una breve carretera y por fin me interné en la tierra para recorrer siquiera unos cientos de metros, con toda la precaución, transitados por paseantes de perros, ciclistas de asueto y andadores jubilados.
Al acabar mi amago de entrenamiento, paré en casa de mi amigo, y cuando me vio la pinta y el quiero y no puedo escrito en mi cara, sonrió con condescendencia, y me dijo:
-¡Anda! Ven y sígueme.
Tomó su scooter y me guio durante algunos kilómetros hasta un extenso rastrojo, escondido tras la fila de árboles que acotaba una carretera accesoria. Un rincón apartado de cualquier población. Lo más parecido a una edificación cercana que alcanzaba la vista era un cobertizo ubicado a casi un kilómetro.
De repente, en medio de aquella extensa planicie, se abrió en el terreno una hondonada recortada por la caprichosa silueta de la depresión, una barranca que desparramaba su generosa amplitud, grabada por los grandes surcos que habían dibujado las lluvias, como roderas de otras motos, supuestas que hubieran entrenado en aquel fantástico rincón.
Las subidas y bajadas de una pendiente respetable, variaban su porcentaje y su dificultad, alternándose con unas ondulaciones de la tierra que pusieron a trabajar las suspensiones de la KTM y que me servirían también de peralte a todas las curvas que quisiera trazar mi imaginación.
Las posibilidades de este lugar, no muy lejano y a la vez apartado, se sugieren casi infinitas para un principiante, o un paquete veterano como el que firma este artículo.
El aspecto Social del Entrenamiento
Qué duda cabe de que a la mayoría de los motoristas les encanta disfrutar de su pasión en grupo, y compartir con los amigos, o incluso con desconocidos, las intensas sensaciones que les transmite una moto. Por otro lado, bien es cierto que las dos ruedas ofrecen un aspecto casi existencial, que tal vez nos llega con mayor intensidad cuando hacemos una ruta en solitario, es entonces cuando aparece una figura cuasi universal a la que en otras publicaciones, un servidor ha dado el nombre de “El Motorista de Vitrubio”.
Pero una cosa salir de ruta solo por la carretera, y otra bien distinta es aventurarse a practicar enduro en solitario, del nivel que sea. Esta circunstancia le he llevado muy presente cada vez que he ido a mi rincón favorito, particularmente a la hora de afrontar alguna complicación, o de dar gas para cruzar la moto sin contemplaciones.
No vamos a descubrir ahora que las caídas están al orden del día en el mundo off road, y más aun en un practicante que trata de evolucionar, de hecho sufrí varias, y doy por hecho que sufriré, en los días de entreno, pasados y venideros; pero se trata de caídas con un máximo riesgo bien sopesado de antemano; porque no es lo mismo sentirse respaldado por la presencia de un grupo de amigos, siquiera de uno de ellos, que verse solo, cuando no queda más remedio en la mañana de cualquier día laborable.
De esa manera, me he mirado y remirado cada bajada por la que he terminado lanzándome, y más aun, solo me ha faltado examinar a pie cada subida por la que finalmente he terminado trepando.
Tampoco es lo mismo atreverte a experimentar una subida en solitario, que ver hacerla a otro, demostrando delante de ti que es posible. De hecho, encontré una de ellas, con cuatro o cinco metros de altura, que me resultó imposible de atacar, porque en medio de la loma, lo que parecía tierra sólida resultó ser un banco de arena suelta, cubierta por una costra engañosa.
En estas condiciones, la progresión se hace notablemente más lenta, claro está, que si se entrena en grupo, subiendo algunos peldaños de un golpe, al ver el paso de otros y siguiendo también sus indicaciones…, o eso creo.
Así fue cómo en el último día de entreno, tracé un pequeño circuito de apenas un kilómetro, pero que resulta bastante completo para mi entrenamiento, tanto en el nivel bajo que me hallo, como para mi objetivo a corto plazo en la San Silvestre Endurera. El recorrido consiste en tres bajadas fuertes -fuertes, para un servidor, claro-, cuatro curvas pronunciadas, para terminar haciendo peralte, cuatro rectas onduladas, cuatro saltos y cuatro subidas, también, dos de ellas creándome bastante respeto antes de que, finalmente, las coronara.
Así ya tengo espacio y recorrido para entrenar duro la San Silvestre. Ahora, tan sólo queda dejar pasar las fechas dentro de un programa intenso, hasta el esperado 29 de diciembre.