Es posible que muchos desconocidos del mundo del endurance imaginen estas carreras marcadas sobre todo por un ritmo conservador, fijando un amplio margen prudencial tanto a la mecánica como al físico del piloto, para poder alcanzar por fin una meta casi perdida en la lejanía. Craso error.
Cuando se presencia una prueba de endurance por primera vez y se vive en directo cómo los pilotos llegan en manada, apretándose en la frenada de final de recta, tras la salida; cuando se observa con detalle cómo buscan casi con desespero una posición de cabeza desde el mismo arranque de ese maratón sobre dos ruedas, el espectador se dará cuenta de que, en realidad, las carreras de resistencia no representan un navegar machacón y cadencioso a lo largo de la pista durante cientos de vueltas, tratando de conseguir la mejor clasificación a través de una simple eliminación de los rivales, sino que quien marca el ritmo de una prueba de endurance es un espíritu aguerrido, prolongado en la inmensidad de un día entero – o de medio-, con una lucha agotadora, a cara de perro, en la que hombres y máquinas tocan el límite de la propia extenuación, cuando no lo sobrepasan.
Éste es el planteamiento real con el que los equipos toman la salida de una prueba de resistencia. Así son sus carreras y así se vive el Mundial de Endurance.
Ahora bien, el final de las últimas 12 Horas de Portimao merece por sí mismo un capítulo aparte, una mención inédita y de récord, en el mundo de la resistencia.
Los protagonistas: David Checa y Etienne Masson, una Yamaha y una Suzuki oficiales, brindando a los escasísimos espectadores una última vuelta y media antológica, irrepetible e histórica, a lo largo de la que se pasan y se repasan varias veces, como se pudiera ver en el final de la prueba más emocionante de velocidad pura, contando, además, con el punto de emoción que añadieron los doblados que se encontraron a su paso; pero sobre todo con un ingrediente que toma un protagonismo y que tiñe la carrera con un tono que nos se encuentra en las carreras cortas y agónicas que forman la velocidad: La Noche.
Sí, la noche, porque la noche se vive en el mundo de la resistencia sumergida casi en su total oscuridad, dando a las carreras una espectacularidad que sobrecoge a un espectador en el que se despierta la admiración por la técnica especializada, por la prolongada concentración y por la valía que forma con otra pasta a los pilotos de resistencia.
En la noche de El Algarve, los haces de luz brotaban desde cada moto cortando la oscuridad como un sable radiante, y por algunos momentos sus focos quedaban suspendidos sobre el ingrávido vacío que se abre bajo la rueda delantera en los vertiginosos toboganes del circuito portugués. Pero durante esa última vuelta y media, las líneas de fulgor que arrancaban, como géiseres luminosos, del frontal de la Yamaha y del de la Suzuki libraban una encumbrada batalla hasta el último metro, como la lucha, centella en mano, de dos espadachines nocturnos jugándose una victoria in extremis tras la galopada que horas atrás hubiera agotado todas las reservas de cualquier ser humano.
Vale la pena detener la actividad del día, o reservarse un momento contemplativo hasta la noche, para admirar la plasticidad de las imágenes que muestra este vídeo y para vibrar con la lucha sin cuartel de estos cuatro colosos: David, Etienne, la R-1 y la GSXR.