El gran aventurero Gustavo Cuervo nos envía en exclusiva estas maravillosas imágenes de su viaje por el continente americano. Esta primera foto fue tomada en busca del Extremo Sur de El Planeta. Al fondo, aparece uno de los espectáculos más sobrecogedores de la naturaleza: El glaciar Perito Moreno. Se han visto y publicado millones de fotografías con una panorámica similar del glaciar vivo más grande de La Tierra; pero no tantas, más bien pocas, con la moto de un aventurero en primer término. Verdaderamente, la imagen nos transmite la sensación de una remota lejanía en medio de la Gran Travesía. Cuesta imaginar lo que Gustavo, Fito y Roy han debido de vivir sintiendo toda esa intensidad con la que La Moto nos hace llegar todo lo que nos rodea, al encontrarse tras un manillar rodeados de este paraje, tan grandioso y salvaje, que no parece de este mundo .
Llegados por fin a Ushuaia, punto de embarque para el más allá, los tres aventureros alcanzaron el extremo de su viaje, sobre el que debieron de sentirse casi fuera de El Planeta. Ushuaia se sitúa a una distancia de Buenos Aires que cuesta creer, porque que partiendo ya desde la capital de El Cono Sur, resulta difícil imaginar que haya de por medio un viaje equivalente al que nos llevaría desde Barcelona hasta Kiev, en el centro de Ucrania. Después de Ushuaia, sólo cabe una dirección de vuelta por tierra: El Norte.
Ya de regreso desde la punta sur de El Sur de Sudamérica, retrataron la instantánea inferior, que parece un fotograma extraído de una de las grandes producciones en cinemascope: Gustavo, cabalgando junto con sus dos compañeros de viaje por la inmensidad de la Patagonia ; mientras que la gran cordillera, con el coloso Fiz Roy como gran centinela, contempla su marcha atravesando una tierra solitaria que se extiende cien veces más allá de lo que puede abarcar una mente europea.
Una parada en Calafate, la capital de ese territorio ignoto de La Tierra donde, en sentido figurado, quisiéramos enviar a los menos deseados. También, como reza uno de los carteles, capital argentina de los ríos helados que serpentean la grandiosidad de la montaña, entre paredes imponentes y picos que, en las noches despejadas, apuntan a las estrellas.
Gustavo y sus compañeros son los protagonistas de este onírico viaje, pero no lo serían en una medida tan intensa sin el instrumento que les toma y les transporta, elevándoles hasta esa atalaya sobre la que viajan, y desde la que los problemas cotidianos se diluyen en el mar de lo absurdo, las cuitas vecinales y las tiranteces familiares empequeñecen hasta resultar ridículas; una atalaya sobre la que el dolor del corazón encuentra un alivio, imposible de imaginar recostado sobre el diván del terapeuta; una atalaya, en fin, donde el alma se depura hasta sentirla pulcra como el cristal y sobre la que el espíritu halla el sosiego para la gran contradicción que vive y que sufre el ser humano. Sin ese medio, sin ellas, Gustavo y sus amigos no experimentarían ahora esa vivencia existencial que sin duda les va atravesando el cuerpo en cada paraje de postal, en cada panorama solitario desde los que nos envían estas maravillosas imágenes.
Buen viaje, compañeros.